El padre Joaquín nos dijo que tenía que ir a un pueblo a dar una misa y que si queríamos acompañarle. Por supuesto que accedimos, aunque no sea creyente, siempre es interesante.
La misa fue un espectáculo. El colegio del pueblo hacía las veces de iglesia. Nos descalzamos en la entrada y cogimos sitio en el suelo; a la izquierda las mujeres y a la derecha los hombres (de vez en cuando pasaba alguna cucaracha a mi lado). Por supuesto no entendí nada, porque la misa era en gujarati. Las canciones de misa, en gujarati también y lo más curioso, unas cuantas personas tocaban instrumentos indios en una esquina, lo que creaba un ambiente muy místico. Ni siquiera me di cuenta de que todos los bichos estaban yendo a mi collar de flores… Ese día comulgamos, porque la gente está atenta a lo que hacemos. Guillermo nunca había comulgado así que se puede decir que hizo su primera comunión en Raima, un pueblecito perdido en el interior de la India.
Después fuimos a comer a casa de una familia, habían preparado arroz, una carne de muy poca calidad, chapatis muy fritos y unos dulces muy mantecosos. Para ellos era un auténtico festín. Una muestra de hospitalidad, que no veríamos en las ciudades del resto de nuestra hoja de ruta. Aquellas en las que pasan turistas.
Por el camino nos contó que en Gujarat existe la Ley Seca pero que en muchas casas se destila su propio alcohol a base de caña de azúcar y elementos que favorecen su fermentación, como orín y pilas. Oficialmente, no se permite el alcohol, en honor a Gandhi; pero en realidad el motivo es que a la policía le interesa quedarse con las comisiones que reciben de cada hogar que fabrica licor. También nos dijo que por el camino hacia Raima, era común encontrarse con osos, hienas y chacales. Le pido a Ganesh que no aparezca ninguno de ellos.
Somos los primeros occidentales que llegamos al pueblo (excepto Joaquín) y también nos recibieron con collares de flores.
Raima tiene el aspecto de un Belén viviente, con sus humildes casas de techazo de paja y cabras atadas en la entrada de las viviendas. Primero fuimos a la casa de una chica que se había quedado huérfana recientemente. Ella estudiaba en el colegio de Joaquín y en una ocasión en la que sus padres le habían ido a visitar, tuvieron un trágico accidente de moto. Había montado un pequeño altar a Jesús con espumillones, luces, etc; estilo indio. La gente del pueblo vino también con nosotros y en cada casa en la que estuvimos, era difícil saber quién vivía en cada una, porque todas se llenaban de gente. Era una comunidad, una gran familia y parecían felices a pesar de la miseria. La gente nos estrechaba las manos diciendo “Namasté” y nos sonreían. Los niños jugaban con los globos que les habíamos traído. No podían hablarnos pero sí a Joaquín, que nos traducía lo que decían.
Raima tiene el aspecto de un Belén viviente, con sus humildes casas de techazo de paja y cabras atadas en la entrada de las viviendas. Primero fuimos a la casa de una chica que se había quedado huérfana recientemente. Ella estudiaba en el colegio de Joaquín y en una ocasión en la que sus padres le habían ido a visitar, tuvieron un trágico accidente de moto. Había montado un pequeño altar a Jesús con espumillones, luces, etc; estilo indio. La gente del pueblo vino también con nosotros y en cada casa en la que estuvimos, era difícil saber quién vivía en cada una, porque todas se llenaban de gente. Era una comunidad, una gran familia y parecían felices a pesar de la miseria. La gente nos estrechaba las manos diciendo “Namasté” y nos sonreían. Los niños jugaban con los globos que les habíamos traído. No podían hablarnos pero sí a Joaquín, que nos traducía lo que decían.
La misa fue un espectáculo. El colegio del pueblo hacía las veces de iglesia. Nos descalzamos en la entrada y cogimos sitio en el suelo; a la izquierda las mujeres y a la derecha los hombres (de vez en cuando pasaba alguna cucaracha a mi lado). Por supuesto no entendí nada, porque la misa era en gujarati. Las canciones de misa, en gujarati también y lo más curioso, unas cuantas personas tocaban instrumentos indios en una esquina, lo que creaba un ambiente muy místico. Ni siquiera me di cuenta de que todos los bichos estaban yendo a mi collar de flores… Ese día comulgamos, porque la gente está atenta a lo que hacemos. Guillermo nunca había comulgado así que se puede decir que hizo su primera comunión en Raima, un pueblecito perdido en el interior de la India.
Después fuimos a comer a casa de una familia, habían preparado arroz, una carne de muy poca calidad, chapatis muy fritos y unos dulces muy mantecosos. Para ellos era un auténtico festín. Una muestra de hospitalidad, que no veríamos en las ciudades del resto de nuestra hoja de ruta. Aquellas en las que pasan turistas.
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