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martes, 30 de diciembre de 2008

KATMANDÚ, Nepal


¡Bien!, ¡la frontera está abierta! En la maldita Gorakhpur, sus habitantes nos habían dicho que la frontera entre India y Nepal iba a estar cerrada durante los tres próximos días, por lo que nos convenía quedarnos en el pueblucho. Aún así no les hicimos caso y seguimos para adelante. En efecto, se trataba de una bola para que nos quedáramos y pagásemos hotel, comidas, etc. Hay que decir que todos estábamos temiéndonos lo peor, pero hicimos bien en no detener nuestro camino.

Llegamos a la frontera que está en un pueblo partido en dos: Sunauli/Belahiya, una mitad es india y la otra nepalí, en donde ya se empiezan a ver ojos rasgados.

El visado fue sencillo: hay que llevar 20 $ y una foto de carnet, si no la tienes te fotocopian el pasaporte.
Queríamos ir directamente a Pokhara y terminar en Katmandú pero había huelga de transporte y sólo se podía ir a la capital, por lo que nos cogimos una furgoneta con chófer con los suecos. Este trayecto fue inolvidable.

Era de noche y temíamos por nuestras vidas; los barrancos junto a la carretera, los camiones que venían de frente. Y es que aunque aquí se conduzca por la izquierda, la furgoneta siempre iba por el medio por si había algún peatón en el camino, lo que multiplicaba las posibilidades de colisión frontal con otro vehículo.

Christian se había hecho con una cocacola de dos litros y una botella de pirata: whisky XXX. Parecía un vikingo bebiendo de un cuerno. Asun y yo también seguimos el ritual de “entre bache y bache, trago de whisky y trago de cocacola”, ya se mezclará en la boca. El sabio sueco, con bastantes tragos demás, dijo “si me voy a morir, que sea borracho”. Amén.

Escuchábamos a Janis Joplin y otros tantos que nos recordaban que estábamos siguiendo una antigua ruta hippie, incluso en un momento de una canción, escuché “road to Kathmandú”.




Qué ganas tenía de estar en Nepal; se me ponen los pelos de punta al pensar en los años 60, cuando el movimiento hippie tuvo su explosión entre los ideales de paz, amor, Woodstock y consumo de cannabis. Fue entonces cuando apareció un destino exótico: Katmandú, la capital de Nepal. Allí las drogas eran legales y la tentación de construir una nueva sociedad parecía menos utópica que en occidente. Ahora, aunque muchos se han marchado y otros se han muerto, sigue siendo un lugar fascinante. Con las cumbres del Himalaya hacia el norte y el río Vishnumati en sus alrededores, el valle cuenta con siete sitios que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Se dice que hay un palacio o templo en cada esquina, y que existen más dioses que habitantes en la región.

Por cierto, aquí el cambio horario es un poco extraño. España se lleva 5 horas y media de diferencia con la India. ¡Y la India marca un cuarto de hora menos que Nepal! En resumen, en Nepal son 5 horas y tres cuartos más que en España (en invierno). Llegamos a las 2 de la noche a Katmandú. Estaba todo oscuro y llovía a jarros. El conductor se bajó y entró en un hotel y volvió diciéndonos que no quedaban habitaciones en todo el barrio de Thamel (el barrio más turístico, en donde se encuentran la mayoría de los hoteles y restaurantes). No le creíamos y nos bajamos de la furgoneta, con los equipajes mojadísimos. Christian se cogió un rebote (se había bebido casi una botella de whisky) y se fue sólo, sin móvil ni nada que le hiciera localizable. Sus vikingos amigos cerraron la boca y no lo volverían a encontrar hasta unas semanas más tarde. Siempre nos preguntábamos, ¿qué habrá sido de él?, ¿se habrá convertido en el rey de una tribu?, ¿habrá sido cocinado en una gran olla por un nepalí hambriento?, ¿estará disfrutando de un chuletón de búfalo en un hotel de lujo? Cualquier opción podría ser válida.

De repente pasaron dos canarios drogados por la desolada calle. No me refiero a esos pajaritos que tienen las abuelas, sino a los habitantes del archipiélago español a la altura de África. Les pedimos ayuda pero no nos hicieron mucho caso; sólo nos dijeron que iban tan colocados que no les importaba la lluvia. Al final salió el dueño del hostal Khangsar y nos dijo que podríamos dormir en el suelo de la recepción hasta las 7 de la mañana, que para entonces ya tendría habitaciones libres. Para convencernos nos dijo “No os preocupéis, no estamos en la India, esto es Nepal”. Supongo que se refería a que los indios siempre intentan timar al turista, pero ellos no.
Los siguientes días estuvimos en este hotel, pagando 400 rupias nepalíes por cada habitación doble, es decir, 2€ por persona y noche.

Nos levantamos a una temperatura ideal para ver la ciudad, pero en cuanto llegamos a la Durbar Square, nos sorprendió un buen chaparrón. Nos resguardamos un buen rato hasta que alguien con visión de comercio, nos vino a vender unos paraguas. En frente teníamos una pareja de nepalíes que se hacían carantoñas. En la india, en cambio, está mal visto que los enamorados hagan muestras de cariño. Un detalle que empezaría a decirme que en Nepal hay una mentalidad algo más moderna.





En esta plaza, se levantan bonitas construcciones, templos contruidos en los siglos XVI, XCII y XVIII, como el templo de Taleju, el templo de la diosa Kumasi, el Hall de las Audiencias Públicas y la estatua del rey Pratap Malla. La gente espera a que termine la lluvia y los niños salen de las escuelas. Los comerciantes venden collares y kukris y algún Shadu ataviado para el turismo se deja retratar por unas rupias.

Este día nos dedicamos más a descansar, nos lo merecíamos. Fuimos de compras por el barrio de Thamel, en el que se puede encontrar ropa hippie y de montañismo - había grupos de señoras alemanas comprándose la tienda de montañismo-, bisutería, libros, figuras hindúes y budistas, pashminas, etc. También nos pillo el típico atasco de cualquier capital asiática y tuvimos que cruzar pasando por encima de las motos.



Con tanto ejercicio de saltamiento de vallas, hicimos hambre para un gran filete de búfalo en un restaurante tailandés. Me fijé en la cocina, de que antes de cocinar el filete le dan golpes para que esté tierno. Con la barriga llena nos fuimos a un bar de música en directo. Una banda roquera de nepalíes tocaban oldies y otras canciones de leyendas musicales. Aquí nos encontramos con Frederick y Lars y nos dijeron que aún no habían encontrado a Christian. Éste les había enviado el nombre de su hotel vía e-mail, pero no lo habían encontrado. El mozo debió irse bien lejos la noche que se enfadó. Mientras tanto Guille le hacía fotos a un “chino” que bebía cerveza San Miguel (previo permiso). Como la luz no era la adecuada, hubo varios intentos; en la primera foto, el hombre sale sonriente y en la última, con cara de desear nuestra muerte.

Cerca, descubrimos una rave, mucha gente de diferentes nacionalidades bailaban a la música techno, pero ya no estábamos para estos trotes.

Al día siguiente fuimos a la stupa de Swayambhunath, más conocido como el templo de los monos.


Ésta se encuentra en una colina a la que se accede a través de
300 escalones; una altura suficiente para poder ver, además, una panorámica de Katmandú. En la subida es normal encontrarse con vendedores de objetos nepalíes, niños correteando, shadus, astrólogos que leen las manos y por supuesto, monos.

En cada lado del cuadrángulo de la stupa están los ojos de Buda. La torre dorada, en espiral cuenta con trece anillos que representa las trece fases del conocimiento en el sendero de la iluminación. Aquí había mucha gente entre peregrinos, monjes y turistas, incluso unos niños se entretenían jugando al pimpón. Como se les cuelgue la pelota, a ver quién va a por ella.

Por la tarde nos separamos, y me puse a callejear sola. Me topé con otra stupa budista, ¿cuántas hay? También me encontré a una familia bebiendo chai en la sala de estar de una casa. Les dije si podían venderme uno y en seguida me sentaron en una banqueta y me pusieron un vasito de la bebida. Estuve hablando con el padre, que sabía algo de inglés porque tenía una tienda de collares, y claro, los que más compran son los turistas. Le hacía gracia que exactamente me doblara la edad: 44 frente a 22 años y me contó algunas cosas respecto a sus costumbres. Me dijo que ellos, a diferencia de la India, cuidan la natalidad; que en vez de tener seis hijos, se limitan a tres. Me preguntó si tenía hijos y si estaba casada, ante mi doble respuesta negativa puso cara de pena. Le intenté explicar que en España a mi edad se es aún muy joven como para casarse, algo que le pareció increíble. Les pagué el chai y el hombre me vendió collares a un precio realmente bajo.


La última noche en Katmandú no era técnicamente la última del viaje, pero sí de las etapas. Aún teníamos que tomar un avión de Katmandú a Varanasi, otro de Varanasi a Bombay, para desde ahí, coger el avión de vuelta a Londres.

Queríamos darlo todo y Andrés y yo nos dispusimos a salir de fiesta. Botella de pirata y una buena cena, acabamos en una discoteca de nepalíes. Intercalaban pop del país con canciones más conocidas por nosotros y la gente bailaba sin parar. En el patio de la discoteca había mesas y una banda tocaba rock. Nos sentamos junto a una colombiana que trabajaba en la oficina de inmigración de Australia y dos alemanes. Le pregunté a la chavala qué podía hacer para ir a vivir a Australia y me dijo “Vente a Australia y consigue un novio que nos sea un looser; que tenga coche, casa y plata”. La gente cada vez iba más borracha (yo también), pero a las dos de la noche, la música se paró y la gente se marchaba. Así que me quedé sola hablando con el cantante de la banda.

-“¡Qué pronto cerráis!, ¿hay algún sitio al que se pueda ir ahora?, es mi última noche, y no me apetece irme a casa.”
-Nos quedamos aquí, voy a llamar a mi hermana, a sus amigas y a mis amigos.

De repente el local estaba lleno de jovenzuelos nepalíes que me llamaban “seniorita” e intentaban practicar inglés conmigo. Les enseñé a cantar la Bamba, a petición suya.
La hermana del cantante, una chica muy moderna con un peinado a lo Amy Winehouse , me ponía chupitos de whisky constantemente. Siguiendo mi premisa de “a donde fueres, bebe lo que haya”, acabé con una castaña bastante elegante, pero no era la única. La gente cantaba y reía y no les llamaba la atención, la presencia de una intrusa española en la cuadrilla. Viéndolos, me parecía increíble que los soldados Gurkhas, los más fieros del mundo, pudieran ser de aquí.

Al cabo de casi un mes, en Viena, me metí a Internet a leer el correo electrónico. Frederick me contaba que habían encontrado a Christian y que se habían ido a un festival techno a los pies de los Himalaya.

[…] Christian estan con nosotros tambien, fuieste a la frontera the Kina para el fiesta de Shanti Jatra, 3 dias
de tecno music 24-7 boom boom boom.divertido pero todavi puedo oir eso boom boom boom el dentro mi cabeza
Mucho suerte y disfruta el resto de viaje espero que todo esta bien con tigo y que nos vemos en el futuro=) […]

Los chicos de Katmandú me preguntaron si volvería a Nepal.

Volveré, lo sé, volveré…


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen resumen Ines!
Aunque el viaje Belahiya/katmandú y los filetes de Thamel, se merecen un post aparte, jejejeje

Ines_tables dijo...

Sí, sí, va a ver un capítulo para Gorakhpur. No sé si llamarle "un pueblo de mala muerte" o "el culo del mundo". En la Lonely venía como pueblo de mala muerte, no?

Anónimo dijo...

muy bueno Inés .. se me escapa la sonrisa tonta cada vez que leo un articulo tuyo como si yo hubiera estado ahi también :)

Antonia dijo...

Hola Inés, me voy a la India este verano, pero te aseguro que después de leer el resumen de tu viaje, ya he estado por unos momentos allí.Gracias por compartirlo.Saludos.