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lunes, 22 de diciembre de 2008

POHKARA, Nepal




Pokhara fue uno de los mejores destinos del viaje, aunque el comienzo no fue bueno. Salimos desde Katmandú en autobús hacia Pokhara, cuyos billetes habíamos comprado previamente en el hotel. Nos timaron. No había asientos suficientes, por lo que parte del viaje me lo pasé tumbada en el pasillo con una botella de gasolina mal cerrada al lado que me estaba colocando por momentos. Nos dejaron una pequeña plataforma triangular que era incomodísima.


Hay que destacar que viajar en bus en Nepal puede ser muy peligroso. Por el camino entre Katmandú y Pokhara (unos 300 km) vimos un autobús y un camión volcados y no es para menos; los conductores son tan temerarios como en la India, con el añadido de que siempre estás circulando junto a un barranco. Asun veía su vida pasar en Power Point y más tarde en actualizaciones de Fotolog. Los vehículos con los que compartíamos carretera eran, en su mayoría, camiones multicolores y algunos con cabras atadas al techo. Es difícil saber si estos animalitos van a gusto o se están cagando en Vishnú porque son totalmente inexpresivos.
Llegando a Pokhara lo primero que impresiona es la cordillera de los Himalaya en la zona de los Anapurnas, coronadas por unas nubes densas e inmensas. No hay un lugar como este, a 1000 metros de altura, ¡las montañas se levantan hasta los 8000!
La mayoría de la gente es budista y también hay muchos exiliados tibetanos.


Nos alojamos en un bonito hotel junto al lago Phewa. Habitaciones amplias y limpias. Creo que nos costó 5€ la habitación doble por noche. Así da gusto. Desmontamos nuestro tenderete, nos duchamos y Andrés y yo nos fuimos al lago con unas cervezas Gohrka. Esa tarde la recordaré como una de las más emotivas y bonitas del viaje. Aún ahora Andrés me recuerda “aquella tarde junto al lago de Pohkara”. La sensación de estar en manga corta a una temperatura ideal, fumando, observando las bandadas de aves blancas que se reflejan en el agua, los Himalaya y hablando sobre la vida; en un momento en el que no sabíamos bien lo que pasaría con nuestro futuro. Se nos unieron dos jóvenes nepalís y se nos hizo de noche hablando con ellos. Sólo teníamos la luz de mi linterna y de las pequeñas luciérnagas voladoras. Éstas me recordaron al viaje con la Ruta Quetzal de hace cinco años; en la selva de Puerto Rico, se veían por la noche pequeños puntos blancos volando. Les llamaban “cubanitos”.
Todo terminó con un gran plato combinado y es que aquí sirven unos filetes de búfalo que saciaban a cualquier viajero que viene “hambriento” de la India.

También probamos los "momo", una especialidad tibetana parecida a las empanadillas de toda la vida.
Al día siguiente alquilamos una barca y nos fuimos por el lago hasta la pagoda de la paz. Nos sorprendió el ensordecedor ruido que desprendía la selva que rodeaba el lago.



La ascensión no fue muy complicada pero nos dimos cuenta de que no estábamos en forma, excepto Andrés que subió como con un petardo en el culo. Por el camino nos encontramos con búfalos de mirada curiosa y con unos ancianos que nos guiaron la dirección que debíamos seguir. Tras subir el monte, llegamos a la World Peace Pagode, desde la que se veía toda la ciudad de Pokhara, la cordillera y el lago. Una maravilla.


A la vuelta perdimos un remo. Lo habíamos dejado aparcado junto con otros botes y a alguien se le ocurrió la genial idea de quitarnos uno. Volvimos con un solo remo, pero los dueños de la barca no se dieron cuenta.


Por la noche aprovechamos para hacer unas comprillas, lavar ropa, etc. Me sorprendió que los comerciantes abandonaran sus tenderetes por la noche sin recogerlo. Puede que se deba a dos motivos. 1º: La gente no tiene maldad y piensan que nadie les va a robar. 2º Si robas se te cae el pelo, y por lo tanto la gente no lo hace. Quién sabe, pero la mirada opaca por las cataratas de una mujer tibetana, decía que no podemos hundirnos por la maldad de algunas personas y que había que seguir para adelante. En su caso, con una tienda de cuencos cantores.

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