Abandonamos la majestuosa Kiev para visitar la península de Crimea, en la costa del mar Negro.
Para ello tomamos un tren (el viaje en ferrocarril, así como la adquisición de los billetes constituirá un post aparte) y tras 13 horas de sudores y aburrimiento, llegamos a Simferopol, capital de Crimea. Como nos habían avisado de que esta ciudad no tenía ningún atractivo, comenzamos el tour por Feodosia (o Teodosia), por ser la ciudad más al este de la península de Crimea, y así, seguir hacia el oeste. Las ciudades que visitaríamos serían, además de Feodosia; Sudak, Sevastopol, Bakhchisaray y nos despediríamos de Ucrania en Odessa.
Primero desayunamos en la estación de Simferopol. Junto a nosotros, un grupo de jóvenes se cosían a chupitos de vodka. Nos animaron a tomarnos unos tragos pero les dije educadamente: “¿no creen que es un poco temprano para beber vodka?”
Miraron el reloj, eran las 7 de la mañana, no supieron rebatirme.
Los destinos en Crimea los escogimos preguntando a la gente, pensábamos que nadie sería mejor consejero que los mismos ucranianos.
Error.
Llegamos a Feodosia en autobús (unas dos horas medio en coma). No habíamos reservado nada en el destino, pues Hanna nos había dicho que suele haber personas en la estación de buses ofreciendo habitaciones por un módico precio. Por si las moscas, llevábamos dos carteles escritos en ruso y en ucraniano respectivamente que decían “Busco habitación doble para dos noches”. ¿Por qué en ruso? Porque en Crimea los ucranianos son una minoría, los más son rusos y cada verano miles de ellos vienen a las costas del mar Negro a torrarse, beber pivo y pasearse en tanga.
Como los ingleses en Salou.
Llegamos a la estación de buses de Feodosia, decorada con motivos que imitan iglesias ortodoxas; lo que me hizo pensar que en este pueblo podría visitar estas construcciones de bonitas cúpulas doradas con forma de cebolla.
Nada más lejos de la realidad.
Un señor se nos acercó para ofrecernos alojamiento. El pobre hombre no sabía lo que significaba “two”, “nights”, “room”, “ten”, etc, ni ninguna palabra necesaria para poder hablar sobre alojamiento con un extranjero. Así que a base de mímica y Pictionary, regateamos el precio llegando a los 10€ por persona y nos fuimos con él al alojamiento que nos había endiñado.
La casa no estaba mal: una modesta habitación doble que daba a un jardín que, a su vez, comunicaba con otras habitaciones a ras de suelo. Baños y ducha comunes.
Natasha, la babushka que llevaba el hostal era simpática, pero también había que entenderse con ella utilizando gestos. Pero nosotros llevábamos bastantes días de práctica y ya éramos capaces de comunicar cualquier cosa con la mímica. Podría haberle explicado la fisión nuclear si me lo hubiera planteado.
Sin utilizar palabras le dije: “Puede que por la noche volvamos tarde, ¿cómo podremos abrir la puerta principal si todos ustedes están durmiendo?”
Natasha dejó las llaves en un gancho accesible desde la calle mientras asentía con la cabeza: “Da, da”.
Me apetece aprender ruso, pero de momento, con cuatro palabras se me entiende –creo-.
Por cierto, esta es nuestra calle:
Nos encaminamos hacia el paseo marítimo y vimos un puesto de carretes de fotos. Sí, carretes de fotos, no todo el mundo se ha pasado al formato digital; es más, hay gente que en vez de colgar las fotos en Intenné, queda en casa para mostrarlas.
Conforme nos encontrábamos más y más agencias de viajes callejeras, nos íbamos dando cuenta de que Feodosia era un lugar megaturístico, pero tardamos un rato en saber cuán horteras pueden ser los guiris rusos. Por ejemplo, les encanta hacerse fotos con cosas.
-Escenario preparado para que te hagas una foto con un vestido de época. Y una modelo aleatoria.
-Cómo mola ponerse una foto de perfil de Facebook en la que salgas entre dos pavos reales, cual Maharajá.
-A quién se le habrá ocurrido esto...
-¡Los burros están en peligro de extinción!
-A quién no le gustan los monos, ¿no? Quizá alguien pague por hacerse una foto conmigo.
-No sé qué gracias les ven a las palomas.
Tras este alarde de elegancia, os cuento que todo está conjuntado. La playa está llena de chiringuitos para videojuegos, toboganes, bananas y todo lo posible que ocupe sitio para no poner la toalla en la arena. Se hacen trencitas en el pelo, sofás de masajes por la calle, gente incluso en tanga… bueno eso se puede entender, en Ucrania no están muy acostumbrados a este calor.
—¿Sois españoles?, ¿de dónde en concreto? Es que os estaba escuchando hablar...
Así apareció Yana Shapovalova. Una chica de Kiev que de pequeña iba los veranos a una familia en España, ¡concretamente a Zaragoza!
—Sí somos de Zaragoza, ¿y tú?
—¡Yo viví en el Actur!
Se vino con nosotros a dar un paseo. Tras sus estancias a España, se había enamorado del país y de la cultura iberoamericana. Había estudiado Filología Hispánica y bailaba salsa, además de juntarse con la comunidad latina de Kiev. Aquí está Yana bailando.
Le gustaría ir a España pero cada vez que ha ido a la embajada a pedir el visado la han mandado a la porra. Dice que les parece sospechoso que una mujer ucraniana, soltera, joven y sin contrato de trabajo en el destino, quiera ir a España.
No se fían ni de alguien que habla el idioma a la perfección, ha estado en varias ocasiones en el país y tiene estudios hispánicos. Manda huevos.
La playa en Feodosia no está muy limpia y suele estar abarrotada. Así que al día siguiente Yana nos llevó con sus amigas a otro pueblo que tiene una playa de conchas pequeñas. Para ello tomamos el bus de línea nº4. A unos 30 o 40 minutos se llega a unas playas que no se sabe donde termina una ni dónde empieza otra. Kilómetros de costa en donde encontrar tu lugar de tranquilidad fuera de las masas de turistas.
Yana tenía que ir a recoger sus enseres de playa y nosotros la esperamos en un restaurante tártaro frente a la playa. Menos mal que nos ayudó a escoger del menú. En otra ocasión, en Feodosia, me volví loca para pedir: menú en ruso y camareras que no saben absolutamente nada de inglés. Es lo que hay.
Nos pusimos las botas por unos 5€ cada uno.
Al volver a Feodosia nos encontramos –aparte de con un montón de conchitas pegadas a modo de ventosa a lo largo del cuerpo- con una especie de guardería gigante. Feodosia estaba plagado de atracciones y actividades para niños como karts, chiringuitos de tiro al pato, camas elásticas, etc. Pero a una hora determinada los niños se fueron a dormir y comenzó la sesión golfa.
Montones de discotecas chunda chunda habían enviado a las familias a sus hoteles y, en su lugar, jaurías de rubios jóvenes bebiendo en la playa, cantando en los karaokes callejeros ebrios de felicidad y hormonas, reinaban esta población de Crimea.
Al ritmo de Pa Panamericano, canción que iban a desgastar de tanto pincharla, nos fuimos al hostal, no sin antes comprar una botella de vino de Koktebel para probar algo local.
No sabía a vino. Dejamos la botella en la mesita enfrente de nuestro cuarto y, al día siguiente, una señora araña descansaba en el centro de una inmensa tela que había construido entre un árbol y la botella. Toda tuya, arácnida. Para que luego digan que trabajar bebiendo alcohol es malo. Menuda telaraña en tiempo record.
He de decir, tras esta explosión de horterismo del turismo de chancletines, que en este pueblo también se puede llevar a cabo una actividad cultural. Se puede visitar el museo del pintor Ivan Aivazovsky, natural de Feodosia y famoso por sus paisajes marinos y escenas bélicas. Muy recomendable.
4 comentarios:
wow si se mira bonito realmente.
si un problema al viajar es el idioma, terminas jugando charadas.
Hola Inés!
Vaya sitio...creo que yo hubiese salido por patas nada más ver a los amigos de Borat.
...me hubiese gustado ver la amiga aracnida...supongo que debió de ser espectacular!
Hasta pronto!!
Quizás no fue Feodosia el destino idoneo en Crimea pero igual si que hay alguna población de la costa que si merezca la pena, tu que crees? Te lo digo porque cuando vaya a Ucrania me gustaria visitar la zona de Crimea... bueeeno, me has convencido, jajajah. Un beso.
Santy: Sí, no se puede exigir que en otro país se hable inglés o español, del mismo modo que nosotros no sabemos su idioma cuando lo visitamos. Mientras ambas partes se esfuercen por entenderse, la comunicación será posible, ya sea mediante gestos, dibujos o lo que sea.
Non gogos, hsn zangoa: por patas no hombre, siempre intentamos buscar lo bueno del lugar aunque no nos cause buena impresión de primeras. Muchas arañas, pero también mosquitos por ahí... normal, verano y junto al mar...
Aventurera: Hemos estado en bastantes lugares de Crimea y aunque la mayoría nos han parecido bastante clónicos/insulsos, he de decir que la ciudad de Sevastopol y su vecina Bkhchisarai me han gustado mucho -sobre todo Sevastopol-, habrá posts al respecto.
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