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viernes, 30 de enero de 2009

AGRA, la ciudad del Taj Mahal. India


Agra es la ciudad más turística de la India, mundialmente conocida por su maravilla arquitectónica, el Taj Mahal; pero ésta, bien merece un capítulo aparte.
Llegamos a la ciudad y buscamos un hostel desde el que se pueda ver el Taj Majal, lo que engloba a todos o a casi todos, pues los indios tienen la buena costumbre de construir la cafetería de los hoteles en el tejado. Dado nuestro ruducido presupuesto, tampoco buscamos tener vistas desde la habitación; ésta sirve para dormir y poco más.
Encontramos uno, para llegar hasta la puerta atravesamos un callejón esquivando un burro que comía sobras. Su cara parecía decir "¡Oh no!, ¡otra vez en burro!, ¿Cuándo naceré vaca?". Era todo un saco de huesos.
Nos apresuramos a desayunar en el roof top y admiramos por primera vez el grandioso mausoleo. Lo que le rodea es la típica ciudad india: casuchas con monos correteando por sus tejados.



Pensaba que cuidaban la ciudad por ser tan turística, pero no es así. Mierda y vacas. De hecho la ciudad en sí no es nada turística, a excepción del Taj Majal, el Fuerte Rojo y el mausoleo de Itimad-Ud-Daulah, no se ven turistas por las calles. Todo sigue igual, como si el hecho de albergar una de las nuevas siete maravillas del mundo no importara.
Nos disponemos a ver la ciudad y primero fuimos al Fuerte Rojo, un palacio amurallado construido con piedra arenisca roja, por el emperador Akbar en el siglo XVI. Intenté entrar camuflándome entre un grupo de japonesas; con mis gafas de sol enormes en la entrada me dijeron "sayonara", pero luego pedían el ticket así que media vuelta. Me hizo gracia ver lo "integradas" que iban algunas niponas... ¡vestían sari!
Mientras Guille y Asun se quedaban en el Fuerte Rojo, Andrés y yo nos fuimos a callejear. No vimos ningún turista, se ve que la mayoría vienen a hacer una visita fugaz al Taj Majal, y si se tercia, al Fuerte Rojo.


Un conductor de rickshaw fue sincero con nosotros, algo que se agradece en la India. Nos dijo que si nos llevaba a joyerías y aguántabamos diez minutos en ellas, él se llevaba una comisión y esa noche podrían cenar a gusto él y su familia. Otros conductores y taxistas, te llevan directamente sin avisar. Como no teníamos otra cosa que hacer, accedimos a hacer el paripé y le invitamos a un chai. El hombre estaba realmente contento.



Se me hacían largos los diez minutos haciendo como si me interesaran las sortijas o los jerseys de cachemira. En una ocasión, la última tienda que visitamos, nos llevó a una especie de palacio en las afueras. Andrés y yo hicimos de matrimonio interesado en oro blanco y diamantes. El hombre que nos atendía tenía gestos de estar muy seguro de sí mismo y una pícara inteligencia, no me extrañáría que estuviera implicado en algún negocio poco fiable, pues he oído que los indios falsifican muy bien los diamantes. Él quería que compráramos para vender en Europa, y será porque yo no entiendo de piedras, pero a mí me parecían reales.
A la salida nos esperaba nuestro conductor muy contento y quería llevarnos a más tiendas, pero estábamos agotados de actuar.
Fuimos diréctamente al Taj Majal.
Por cierto, por la noche el mausoleo no se ve, no está iluminado. Cenábamos en el tejado del hotel, entornando la vista, a ver si conseguíamos ver parte de las deliciosamente dispuestas toneladas de marfil.

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